Reseña julio de 2019

 

 Not Enough: Human Rights in an Unequal World, Samuel Moyn, (Cambridge, 2018)

 

Sofía Treviño Fernández

Si en Last Utopia el historiador y profesor de la escuela de derecho de la Universidad de Yale se propuso quitarle un poco el romance a la historia de los derechos humanos, en Not Enough, Moyn arremete contra lo insuficiente que han resultado el ideal y el movimiento para atender la desigualdad estructural, tanto a nivel nacional como internacional.

En un contexto en el que la polarización parece ser materia de discusión internacional y la creciente preocupación de que la desigualdad contribuye significativamente a los ambientes de tensión política y social, Moyn presenta un argumento para repensar el papel (o falta de) que tienen los derechos humanos en la tarea de acabar con la desigualdad económica y social. El autor parte de la diferencia entre dos imperativos de justicia distributiva: la suficiencia y la igualdad. Alega que una falla central del movimiento de los derechos humanos ha sido centrar su ataque en conseguir que todos tengan lo mínimo sin preocuparse por una demanda más profunda de igualdad. Para Moyn, en el discurso que impera en la consciencia universal sobre justicia, atender solo a que las personas tengan “lo suficiente” simplemente no es suficiente.

En los primeros capítulos, a partir del relato detallado de la historia de los derechos sociales, se propone demostrar que el discurso de los derechos no tiene ningún compromiso propio con la igualdad material. El autor presenta su argumento por medio del contraste de diferentes momentos históricos. Destaca que en los ideales de justicia institucionalizados durante el periodo jacobino en Francia o durante el  desarrollo del Estado de Bienestar, era posible identificar una preocupación real con limitar la desigualdad. Compromiso que se materializó políticamente con el control de la acumulación de la riqueza través la regulación y control del mercado, impuestos altos y empoderamiento de la clase trabajadora.

En oposición, el movimiento de los derechos humanos coexistió (pacíficamente) con una nueva economía política de jerarquía: para Moyn importa éticamente cómo los ricos se elevan sobre el resto. Si bien concluye que no favorecieron directamente al establecimiento del neoliberalismo y del fundamentalismo de mercado, la revolución de los derechos humanos compartió con estos el individualismo moral y permaneció como un observador silencioso ante la explosión de desigualdad.

Este espacio no es suficiente para dar una completa descripción que le haga justicia al provocador argumento de Moyn pero me gustaría destacar algunas cuestiones.

Moyn concentra su análisis en las instituciones e ideales principales y globales de los derechos humanos y peca al dejar a un lado la complejidad de los movimientos de derechos humanos, especialmente en contextos nacionales muy distintos en donde el lenguaje de los derechos ha tenido impulsos de transformación social más ambiciosos. Además, aunque busca presentar un argumento aplicable en todas las latitudes —es posible encontrar un par de menciones a la constitución mexicana de 1917— es  notorio su sesgo norteamericano cuando identifica, por ejemplo, como un problema central el miedo a la intervención estatal.

Pero ¿qué aporta el libro al debate sobre el papel de los derechos humanos como ideales de justicia? En primer lugar, da luz al nexo entre los derechos humanos y la desigualdad,  que en su opinión debe ir más allá de la misión global de acabar con la pobreza. Empuja a los defensores de derechos humanos a pensar si existe esa conexión o qué sería necesario para establecerla. Al mostrar las deficiencias, por ejemplo, en la judicialización de los derechos sociales y la doctrina del minimun core, Moyn impulsa a reconceptualizar la manera en la que los derechos humanos se acercan a la justicia material. En nuestro contexto, no es posible ignorar, que poner la atención en la judicatura raramente ha ayudado a los más pobres, en tanto en principio es necesario tener recursos para acceder a los jueces.

Además, la historia de Moyn obliga a ver a los derechos humanos dentro de un tipo de economía política, esto es, ver la relación de los derechos y el mercado. En el pasado el movimiento de los derechos humanos puso sus esfuerzos en terminar con la desigualdad derivada del estatus de las personas por cuestiones de género o raza, en un segundo momento la atención debe ponerse también en la desigualdad material. Después de todo, parece que el derecho de los derechos humanos a nivel nacional y especialmente a nivel internacional dada la economía globalizada, es la mejor herramienta que tenemos hoy para crear una mejor relación entre la política y el mercado en la era de la desigualdad radical.

Finalmente, el autor lanza una advertencia. Ante la ausencia de una presión igualitaria, la ira populista puede explotar en contextos de desigualdad y jerarquía social, así como fomentar en un mundo desigual los movimientos migratorios masivos. En este sentido, especial atención debe ponerse, en dejar a un lado la perspectiva individualista de los derechos y, por ejemplo, fortalecer los derechos laborales que funcionan como mecanismos colectivos de empoderamiento.

Link: http://www.hup.harvard.edu/catalog.php?isbn=9780674737563